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¡Quién me diera que mi cabeza fuera agua y mis ojos manantial de lágrimas, para que llorara día y noche por los muertos de la hija de mi pueblo! ¡Quién me diera una posada de caminantes en medio del desierto, para abandonar a mi pueblo e irme de ellos! Porque todos ellos son unos adúlteros, una asamblea de traidores. Dispusieron su lengua como arco; se hicieron fuertes en la tierra para el engaño, no para la fidelidad.

“Procedieron de mal en mal y no me han conocido, dice el SEÑOR.

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